Claudia Laborda

Tiempos modernos

Me construyo con arroz, patatas, huevos y legumbres. El ocio está prohibido, los amigos más lejos, la familia más cerca, aunque poco pueden hacer, ellos también necesitan ayuda. Cada céntimo contado hasta cogerle el gusto a las restas: Restas para desayunar, comer y cenar. Comer es a veces como en el colegio: largas mesas, bandejas de plástico, sentados codo con codo. Comemos agradecidos, enfadados, avergonzados: primero, segundo y postre. El precio de la comida. Intento evitarlo. No es como lo había visto en la televisión, no voy vestida con andrajos y descalza, tampoco voy tapada con una manta ni sostengo un cazo de aluminio irregular y sucio. Visto la misma ropa que en el restaurante, calzo las botas que usaba a veces para salir de fiesta. El paro alcanza para pagarme mi piso, pero también me resta, la cuenta atrás, un mes menos, otro… Menos seis meses y se acabó. Tengo que encontrar un trabajo, el trabajo tiene que encontrarme a mí, escogerme a mí.
Hoy tengo una entrevista. Hace seis meses desde la última y ya perdí la práctica. Una amiga me ayuda a prepararme. Es una buena amiga, me ha ofrecido dinero pero me he negado, no podría devolvérselo. Voy a la entrevista. Soy licenciada en administración y dirección de empresas, con un máster en marketing. Cuatro idiomas. Más de diez años de experiencia en varias empresas de automoción. Soy el perfil que están buscando. Somos los perfiles que están buscando, pienso al hablar con otros que aguardan fuera. La entrevista ha ido bien, pero no espero que me llamen. Es una cuestión de suerte. No me gusta la suerte, es caprichosa, es injusta. Vuelvo a mi piso, me gusta estar en mi piso porque me recuerda quién he sido. Sigo sin poder mirarme al espejo, me avergüenzo. Vuelvo a hacer cuentas, me mantienen ocupada y siento que sirvo al menos para mi misma. Intento no escuchar el murmullo de la calle, de los coches y la gente. Pertenecen a otro mundo, un paisaje que pasa rápido y yo sentada no puedo más que observarlo y perderlo de vista. Soy un ser extraño, no soy un fantasma, estoy viva pero ya nada me pertenece. No puedo mirarme al espejo, me avergüenzo.
Decido que tengo que ocupar y organizar mi tiempo. Necesito un horario: buscar trabajo por la mañana, tareas domésticas, cuentas, ejercicio en el parque para liberar endorfinas, por las tardes me doy aire: hablar con un amigo, visitar a la familia, etc. Lo cumplo y me siento mejor, pero ha pasado una semana de la entrevista y no me han llamado. Dicen que llaman y no lo hacen, ya no me enfado, tampoco me entristezco, ni lloro ni pido consuelo. Me preocupa mi actitud, no me reconozco. Todo resta. Antes, tiempos de sumas: sumas de trabajo, vacaciones, restaurantes, también discusiones, estrés, risas, enfados… Actuaba, decidía, era. Ya pasó todo, lo bueno y lo malo. Estoy fuera, un cuerpo en negativo entre dos mundos: el que deseo y el que pasa delante de mí. Ambos tan alejados entre sí como de mí. No hay lugar para los que no producimos, los que no actuamos.
Llaman al teléfono, tengo una segunda entrevista. Sólo es una segunda entrevista pero debo celebrarlo: he superado la primera, la suerte me da una palmada en la espalda y me ayuda a subir la ventana, creo que puedo oler los árboles de aquel paisaje. Lloro. Haré una copa con mi amiga, aunque puede que mañana tenga que volver a arrimar el codo con un extraño en el desayuno, la comida o la cena, no me importa, debo hacerme un regalo, debo cuidarme. Me arreglo, me pinto y me miro por fin al espejo.

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